El día que Nancy Ruth Islas Trejo decidió que dejaría la vida de paseos y comodidades que le daban sus padres, los prósperos dueños de una cadena de tienda de pinturas en San Luis Potosí, para recluirse en un convento de monjas, la gente, sus papás, hermanos, amigos, pensaron que estaba loca.
Y el día que Nancy Ruth, decidió que dejaría la vida agradable del convento para vivir de ermitaña a tres mil 100 metros de altura en la cima del Puerto de San José, municipio de Catorce, San Luis Potosí, las Madres Misioneras de la Caridad de María Inmaculada pensaron que estaba loca.
Esto último lo supo Nancy muchos años después, cuando una hermana suya subió hasta arriba de la montaña para visitarla y se lo contó.
“Que si estaba yo bien o mal de la cabeza, le preguntaron las madres a mi familia, que ellas tenían miedo que yo tuviera una enfermedad mental porque era raro que una muchacha a esa edad quisiera irse de ermitaña, que hubiera renunciado a todos sus bienes, porque mi papá nos dio todo, y dijeron las monjas: ‘somos conscientes que las que entran a la vida religiosa también lo hacen para acomodarse.
Generalmente vienen de rancherías, de niveles económicos un poquito más bajos’.
Le dije a mi hermana, ‘oye, ¿cómo es posible que las madres dudaran de mí?, porque yo amo a Dios y en verdad me cambió la vida.
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’”.
***La verdad es que ni Nancy, que se la vivía dos horas acicalándose frente al espejo, era amiguera y se había puesto de novia con un chico de la universidad donde estudiaba, se la creía.
“Yo era súper vanidosa, creída y siempre salía como una muñequita de todo a todo.
Y entonces me dicen mis papás, ‘¿pero tú de monja, Nancy?, ¿cómo?’, y yo ‘sí.
.
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’”.
Entonces Nancy tenía 23 años y había clausurado para siempre su título de químico industrial y rehusado, para siempre, la herencia de sus padres.
Más tarde Nancy me confiará que desde cría prefirió la vida en solitario, asistía a la misa diaria, leía la Biblia y otros libros sobre espiritualidad, hablaba con la Virgen.
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Como si alguien, ella dice que fue Dios, la hubiera ido allanando el destino.
“Yo desde chiquita me preguntaba, ¿a qué venimos, hacia dónde vamos, quién soy yo? En la escuela de monjas había una capilla y a veces en el recreo me iba yo a hablar con Dios y con la Virgen.
“No llevé buena relación con mi mamá, sentía como que no me quería.
Mi madre nunca me conoció ni yo la conocí realmente, porque nunca platicaba ella conmigo ni yo con ella.
Yo platicaba con la Virgen María, ella fue mi madre”.
Después alguien le dijo que la mamá no la quería, porque se parecía a su padre.
“Dije ‘pos fue lo que escogió mi mamá, si había algo pos.
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yo qué, si yo era su hija’, pero nunca le guardé rencor, dije ‘es mi mamá, la amo como es y pa delante’”, dirá Nancy.
***Es jueves como a las 2:00 de la tarde en el pueblo de San José de Coronados, municipio de Catorce, San Luis Potosí.
Hace un rato que la madre Nancy y yo charlamos sentados en un sofá de la sala de altos techos y gruesas paredes de la casa que fue de los padres de Cristino, el guía de turistas y dueño del jeep Willys que me ha traído hasta acá.
Hoy Nancy Ruth ha bajado de la montaña donde vive al pueblo, porque su amiga Santos le mandó decir que el partido político, del que cada dos meses recibe una despensa, vendría para entregarle a la gente un carné de afiliación, unos papeles, algo así.
Y Nancy pactó con Cristino que Cristino y yo pasaríamos por ella para subir, con ella, a la montaña.
La víspera había yo conocido a Nancy por celular, después sabré que Nancy tiene un pequeño celular pasado de moda que enchufa su mundo lejano con el del resto de los terrícolas, y la verdad es que no tuve que gastar mucha saliva antes que consintiera en que pasara yo un día entero con ella en su ermita, plantada en la cumbre del Puerto de San José, donde Nancy ha pasado los últimos 29 años de su vida.
Que cómo había yo sabido de su existencia, que quién me había dicho de ella, me preguntó.
Que un viejo amigo periodista, Juan Bosco Tovar, nativo de Estación Catorce, repliqué.
Días después me veo con Nancy Ruth caminando las calles empedradas del pueblo, erizadas de casas pastel, Nancy sonriendo, saludando, platicando con la gente.
Al rato le pregunto que si no se supone que ella debería estar apartada de todo y de todos, orando por la humanidad, día y noche, en la soledad de la montaña, dice que no.
“No, porque la vida ermitaña es muy amplia, ya no estamos tan cuadrados, estamos en amplitud de vida”.
Y por eso a la gente de San José de Coronados, de Estación Wadley, de Catorce o de San Luis, ya no le sorprende mirarla haciendo la compra, vendiendo sus chivas, los huevos de gallo – gallina en las tienditas, llevando a operar a sus perros o asistiendo a algún trámite, como ahora.
Y lo mismo recibe en su casa de la montaña a personas que van en busca de sanación espiritual, en contacto con la naturaleza, turistas curiosos, muchachos en plan relax o periodistas atraídos por la historia de una monja ermitaña.
***La historia que ahora me cuenta Nancy Ruth sobre su nueva casa, es de telenovela mexicana.
Ocurrió un 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, de hace como 15 años, que el entonces gobernador de San Luis Potosí, Fernando Toranzo Fernández, subió hasta arriba de la montaña para felicitar a Nancy por su entrega a la vida eremítica.
Cristino dirá que el político andaba de novedoso.
Allí mismo decidió que le haría a Nancy una casa y se la hizo: tres cuartos de material; cocina, habitación y baño, electrificados con paneles solares.
Ya luego, puesto en gastos, Toranzo le mandó construir dos estanques para la captación de agua de lluvia.
Porque más antes aquí era la nada.
Recién que se consagró como Ermitaña de la Soledad de María, Nancy, que a la sazón tenía 36 años, había ido a vivir con una monja de nombre Ada a otra comunidad serrana llamada El Alamarito, sitiada a varios kilómetros de aquí y donde solo vivía una pareja de esposos con sus dos hijas.
Sucedió un Viernes Santo.
Las religiosas habían conseguido alojamiento en una pieza contigua a la capilla del Sagrado Corazón, patrono de aquella comunidad, y ahí se quedaron.
“Yo iba al pozo de agua, ya si algo se ofrecía, la familia me echaba la mano”.
Pero cuando la hermana Ada hubo de enfrentarse a las privaciones y escaseces que acarreaba la vida ermitaña, desertó.
“Aguantó un día nada más.
Al día siguiente que ya se iba le digo ‘oye, pero si vamos llegando’, dice, ‘es que está muy feo aquí, y mucho frío’, le digo, ‘pos no venimos a lo bonito, y hay cobijas’, dice, ‘no, no, me voy, me voy’, y se regresó a su convento”.
Acá Nancy supo, por primera vez en su vida, lo que era sentir hambre, después de haber gozado una infancia y una juventud de largos viajes y placeres con su padre, que año con año solía pasearla, junto con su madre y hermanos, por Europa, Estados Unidos y todo México.
“Mi papá fue un hombre de trabajo, no fumaba ni tomaba, se dedicó a la familia, y nos dio todo, nos dio la abundancia”.
Andando los años otra monja, la madre Tere, llegó para acompañar las horas de oración y trabajo de Nancy “La Ermitaña” en la montaña.
Era de San Luis.
A la postre, juntas habían planeado una forma de sobrevivir fabricando y vendiendo artesanía de barro en los pueblos cercanos, y no tan cercanos, del bajío potosino.
“Cuando llegué vi que había barro y empecé a hacer ollitas, todas chuequitas, y las metía en una hornilla de piedra, ahí que se hicieran duras, y luego en las fiestas las empecé a vender y me las compraba la gente, yo creo que por ayudarme.
Cuando llega Tere, Tere era muy artesana, ya nos hacían pedidos de platitos, de candelabros, tacitas, macetitas, porque se pintaban y se les ponían mensajes de Dios que sacábamos de la Biblia”.
Mientras Tere hacía de alfarero, Nancy bajaba con la mercancía, montada a los lomos de su burro Boby, 15 kilómetros por la empinada cuesta desde el pico de Puerto San José.
El Boby que años después sufriría una muerte trágica.
“Era mi carrito, me lo mató el león de monte.
.
.
Yo tuve que aprender a montar en burro para transportarme.
Nunca en mi vida había montado, mira yo me bajaba por el pinal llorando, porque es impresionante que vas entre las yerbas.
Venía llorando, antes de llegar y que no me vieran, porque la montaña bien impresionante.
Bajadas y subidas, las ramas que dices, ‘qué miedo’ si te caes, cosas fuertes, ¿verdad?“Ya aquí sonriente, que nadie me viera.
Lo sufrí, dije, ‘ay, los niños de aquí a los siete años ya andan en el burro, van por agua, por leña, cuál van a llorar’, pero uno de viejo, de grande y nunca haber montado un burro y en estas montañas tan difíciles, pos cómo no iba a llorar”.
Después Nancy y Tere tuvieron que mudarse del cuarto de la capilla de El Alamarito, a unas cuevas que se abrían como fauces en el cerro.
“Pero se cayeron los techos de las cuevitas con las aguas que llegaban desde enero.
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Estabas acostado y la mojadera de cobijas.
Salí de El Alamarito porque aquí la gente tiene mucho de las fiestas patronales y las fiestas terminan en alcohol, se pelean, hasta ha habido muertos.
Ya son fiestas profanas, ya no son fiestas religiosas como antes.
“Me desplacé porque llegaban los trabajadores una semana antes de la fiesta del Sagrado Corazón, como hay tapias a las que les ponen techo para la gente que llega ahí, y me cortaban mi vida de trabajo.
Yo tenía huertitos.
Luego tenía que estar encerrada cuando venían las fiestas.
Duraban una semana las peleas de gallos, cabalgatas y toros con gente experta que se monta.
Imagínate, yo ahí todo el tiempo sin poder ir a ver mi huertito y lo demás”.
Hasta que, con la ayuda del obispo Rodrigo Aguilar, de la Diócesis de Matehuala, Nancy y Tere consiguieron establecerse en este llano del Puerto de San José.
Seis años después Tere se fue.
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“Ella traía un proceso especial.
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Sanó, se fue sanita, gracias a Dios.
Ya luego dijo pos que la verdad se iba, que no era su vocación y terminó yéndose.
Sí pos para eso es la experiencia, lo importante es que sanó.
.
.
”.
Desde entonces Nancy quedó sola en la montaña, esperando, contra toda esperanza, que llegaran más hermanas, pero ninguna más llegó.
“Ahora, más gente no va a llegar porque aquí la sierra es muy dura”.
Dice Nancy y me acerca las rebanadas de un pan bañado en mantequilla que Ariana, una argentina amiga suya, le enseñó a preparar y ella lo bautizó como Pan Ariana.
Le pregunto a Nancy que si han estado acá muchos extranjeros, dice que de pronto la visita gente de Finlandia, Colombia, España, italianos, un indio, que vienen a la cumbre en busca de lo divino.
“Entonces les doy el mensaje, que yo digo, de amor”.
***Cayendo la tarde salimos a dar una vuelta por el cerro, seguidos de Pelota, Sandunga, Alaska, Chango, Charcoal, Scooby y el Güero, los perros de Nancy.
El paisaje de un ocaso incendiado por el sol tras las pinceladas de nubes, es de calendario.
Pasamos por el corral de la yegua, por la bodega donde Nancy guarda las croquetas de sus perros, la alfalfa de las chivas, varias jaulas con gallinas, que todos días ponen huevos, y una manada de gatos con sus crías.
Nancy carga una paca de alfalfa, cruza una tosca puerta de madera que divide la bodega del corral de las chivas, una especie de cobertizo grande y en tinieblas, con un angosto y largo pasillo en medio y a los lados los apriscos de las cabras, cercados con malla ciclónica.
Nancy me cuenta que en un tiempo llegó a tener hasta 120 chivas que vendía en los pueblos del bajío potosino para poder mantenerse.
“Nunca pensé vender animales, chivas”.
Se metió a chivera luego de que Tere, la monja artesana se fue, y Nancy no sabía qué hacer, hasta que Lili, una amiga de Cancún que estuvo de retiro una semana en la ermita con ella, le regaló una chiva, Nancy consiguió un chivo semental prestado y de ahí.
.
.
A la hora de la cena de sus animales, Nancy deja una buena provisión de alfalfa en el corral de las cabras.
Irrumpimos luego en el gallinero y miro a Nancy llenar con maíz los comederos de las pollas De regreso a la bodega Nancy aparta la comida de los gatos.
“Vénganse chiquitas, hay viene la comidita”, dice.
Ya en la cocina vacía en un recipiente el maíz para Coral, su yegua, y me pide le ayude a llevar los sartenes con las croquetas de los perros.
En esas estoy, cuando recuerdo haber preguntado a Nancy, mientras conversábamos en la casa de los padres de Cristino, el dueño de la Willys que nos trajo hasta acá, que a qué horas oraba.
Su respuesta me sonó como la de una novicia rebelde.
“Nuestro reglamento era muy cuadrado.
Yo lo traía al estilo del monasterio.
Era levantada a las 4:00 de la mañana y la oración, a las 9:00 la Nona, que son horas de oración con los salmos, luego venía la hora del trabajo, a las 12:00 y media, sexta, luego otro tiempo de trabajo, a las 3:00 y media Nona, otro tiempo de trabajo y luego a las 6:00 vísperas, (una de las horas del oficio divino, que se dice después de Nona, y que se suele cantar al anochecer), a las 7 la cena y a las 7 y media, completas y a dormir.
“Ya ahorita ese esquema cuadrado no lo tengo, Papá Dios me manda acá a la vida solitaria y empezó a quitarme muchas cosas.
Sí, me levanto temprano, a las 5:00, hago mi oración y luego empiezo la jornada.
Mi oración es gracias, gracias y gracias, porque no hay más que dar gracias de este bello paraíso y toda la energía de amor que Dios te manda a través de las personas y en cada momento.
Yo mi oración es todo el día, en la montaña con los animalitos, es mi misión.
.
.
.
Por el mundo, mandando luz.
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.
”.
***Es noche cerrada, de vuelta en la cocina, le digo Nancy que quiero saber, cómo es que le vino, de dónde se sacó eso de querer ser monja.
Nancy y sus hermanas, Nancy tiene tres hermanas, tres hermanos, habían hecho la mayor parte de su educación, desde preescolar, en colegios de religiosas de San Luis Potosí, la ciudad en la que su familia se había establecido cuando ella tenía cuatro años.
Siendo niña se había soñado en un laboratorio, haciendo algo por la humanidad, y anhelaba, con todo su tálamo, convertirse en una científica de la talla de Albert Einstein y los esposos Pierre y Marie Curie.
“Estudié química industrial, precisamente con la idea de irme de investigadora”.
Sus días en las aulas de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí, entre sus clases y el acecho de los muchachos mala leche, no se parecían en nada a la vida en las escuelas de mojas.
“Pasábamos las muchachas de química y era un chifladero.
Yo me acuerdo que hasta me temblaban las piernas.
Ay cómo sufrí, porque había hombres y eran tremendos.
Nada más me hablaban y me ponía colorada, colorada, era muy penosa.
Nunca había convivido yo con hombres”.
Aquí fue que ocurriría su encuentro con Alejandro, su primer y único novio, un estudiante de ingeniería civil a quien había conocido en el salón de físico – matemáticas.
“En aquel tiempo los noviazgos eran muy manita sudada, como dicen ahora.
Mi papá no nos dejaba subirnos al carro de un hombre.
Y si íbamos a una fiestecita iba bien temprano, 10, 11, por nosotros.
El domingo te daban chance de ir a pie con el novio y tomarte una nieve.
El novio te invitaba un cafecito con un panecito, y a ver las películas.
A mí me encantaban las de Walt Disney.
Y era el beso y no había más.
Otra época”.
De pronto, en medio de la charla, escuchamos unos como arañazos en la puerta de la cocina que vienen de afuera.
Parece que la Sandunga, una de las perras de Nancy, no quiere perder detalle de la entrevista y aporrea la puerta para entrar.
“Quieta Sandunga.
Esa Sandunga es bien latosita, es bien intensa esa niña.
.
.
A ver Sandunga casi tiras la puerta reina.
Ya te voy abrir.
Es una lindura nada más que es muy intensa y celosa.
Muy bonita y muy buena pastora me salió.
Mira sabe que estamos hablando de ella”, dice Nancy.
Nancy retoma el hilo de la plática, y dice que lo de su llamado a la vocación de religiosa sucedió durante un retiro juvenil de Semana Mayor, organizado por las monjitas Misioneras de la Caridad de María Inmaculada, con quienes había trabado amistad al final de una misa dominical.
“Les digo, ‘¿ustedes a qué se dedican?’, dicen ‘tenemos asilo de ancianos, enfermería, evangelización, asilo de niños huérfanos’, les digo ‘quiero conocerlas’, dicen, ‘pues va a haber un encuentro de jóvenes en Semana Santa, te invitamos’.
Nombre toda una semana padrísima, un padre dándonos pláticas, dije ‘esto es lo mío’, y dije ‘¿y ahora cómo le hago con el novio?’.
“Y ya le dije a Dios, ‘ni modo hay que terminarlo’.
Ya no me llenaba el corazón el novio.
Nunca le dije que me iba de monja, nomás le dije que ya no lo quería, y luego una de mis hermanas se lo topaba y dice ‘oye cómo sufrió por ti, que hasta lloraba’”.
Otro día, la abadesa de las Madres Misioneras de la Caridad de María Inmaculada, se presentó en casa para hablar con sus padres.
“Y ellos me decían, ‘pero, ¿tú Nancy?, les dije, ‘es que me enamoró la vida de Jesús, y quiero ser como él’.
Me dieron permiso y hasta la fecha.
.
.
”.
Nancy tenía entonces 25 años.
Vivía en Hidalgo, Michoacán, en un monasterio de madres trapenses cistercienses, fundado por unas francesas, cuando las religiosas descubrieron su vocación por la vida eremítica de oración y trabajo.
El arzobispo de San Luis Potosí, Arturo Antonio Szymanski Ramírez, con quien Nancy había trabajado tiempo atrás en un proyecto de evangelización en zonas marginadas de la ciudad, la enviaría a tres mil 100 metros de altura para que practicara su vocación de ermitaña.
Y por eso que está acá.
***Quién le iba a decir a Nancy que años más tarde, otro obispo, Lucas Martínez Lara, de la diócesis de Matehuala, la excomulgaría.
Desde su llegada a la montaña la madre Nancy Ruth, aparte de los desafíos, ella les llama cosas fuertes, que pasaba para sobrevivir, venía sufriendo el asedio de los sacerdotes de Real de Catorce que habían intentado echarla de Puerto de San José por la competencia, decían, que representaba para las divisas que dejaba a la iglesia el turismo religioso que, año con año, venía a visitar el templo de San Francisco de Asís, patrono de aquel pueblo mágico.
“El padre Joel me empezó a decir que yo era la competencia.
Yo no entendía porque uno no viene a competir, dijo ‘mira hermana, vamos a hacer todo lo posible para que te vayas de aquí, tú eres la competencia.
Tenemos miedo’, así las palabras tal cual, nunca se me olvidan, ‘que tú nos quites a Panchito y que la gente se venga para acá’”.
Y el acoso subió de tono cuando otro clérigo, al padre Ernesto, vino para desearle una muerte pronta.
“Cambian a Joel y viene el nuevo padre.
Nombre empezó a hablar de mí a todo mundo en las iglesias de las rancherías y siempre me decía, ‘ojalá y te mueras pronto hermana’, y yo le decía ‘pues pídele a Dios que así sea, porque ya quiero estar en sus brazos’, qué más le decía, dije ‘este padre anda mal’.
“Así nos hizo la vida imposible, al final me dice ‘mira ya me cambian hermana, me mandan a Matehuala, pero lo mejor es que te vayas de aquí’, le dije ‘me voy a ir cuando Dios quiera padre’ y me dijo, ‘lo mejor es que te vayas porque soy el apoderado jurídico’, le digo ‘y qué es eso’, dice ‘pues el que te puede echar de aquí’”.
Fastidiada del hostigamiento Nancy Ruth fue donde el obispo Lucas Martínez para quejarse.
Que no venía en busca de plata, le espetó, y menos después de haber renunciado a la vida de viajes y comodidades que le habían dado sus papás.
“’Mi papá nos dio todo’, le dije ‘ya me cansé de tus padres que me están diciendo que soy la competencia.
Quiero que sepas que yo no vine a buscar dinero, vine a buscar a Dios y ya lo encontré’”.
Y que si las cosas no cambiaban, ella se volvería a su monasterio.
“Dice el obispo, ‘no hermana, tu vocación es única, tú sabes la fecundidad de vida que llevas’, me floreó”.
Pero las cosas no cambiaron.
Los rumores sobre la madre Nancy, propagados por los sacerdotes, seguían corriendo por todo el bajío.
Nancy se presentó nuevamente con el obispo Lucas.
“Sí le hablé fuerte, que ellos nada más estaban con el dinero, no estaban con el amor a Dios, y le dije ‘ustedes dicen que sirven a los pobres, no es cierto, abusan de los pobres.
Si siguen así, lo único que va a pasar es que la iglesia se quede sin fieles’”.
La respuesta del obispo tras la arenga de Nancy fue más que inesperada:“Dijo ‘pues te voy a quitar la eucaristía’, le dije ‘quítame lo que quieras, yo ya encontré a Dios dentro de mi corazón’”.
Al poco tiempo otro sacerdote vino a ver a Nancy para entregarle una carta del prelado donde la corría de la montaña y le exigía entregara la casa que el gobernador Toranzo le había construido, para asignarla a un nuevo cura.
“Hice oración y Dios me iluminó que hablara con Héctor Moreno, alcalde de Real de Catorce.
Toranzo le dijo a don Lucas que la casa me la habían hecho a mí y me dijo, ‘usted no se apure, el problema yo lo voy a resolver’, y se aplacó la cosa”.
Dos meses después el obispo Lucas Martínez falleció y ahí paró todo.
Nancy se quedó.
“Yo sigo con mi consagración, aunque la iglesia, según esto, me excomulgó, pero dije ‘no pertenezco a esa cosa tan horrible que manejan puro dinero y energía fea’.
Entonces yo sigo trabajando para Dios y el amor, nunca voy a cambiar mi vocación consagral.
Era de la Soledad de María, ahorita yo ya llegué a que no necesitamos ningún nombre, simplemente vivir el amor, amar a Dios, dar amor a los demás y adelante”.
***Son casi las 2:00 de la mañana, a Nancy y a mí se nos ha ido el santo al cielo conversando.
Cruzamos el llano entre la noche fresca y oscura.
Nancy me pregunta si tengo frío, le digo que sí.
“Fíjate que hay noches calientes, ya no tan frías.
Los cambios se han dado muy fuertes.
Cuando yo llegué, eran temperaturas de 11, 12 grados en el día, y nos llovía desde enero, unas aguas, pero con ganas.
Me ha tocado ver el cambio climático, ahorita llegamos a 29, 30 grados, por el calentamiento global.
Ha sido muy fuerte lo que hemos hecho con la naturaleza, por eso estos calorones, fuertísimos.
.
.
Cuando llegué eran puros fríos, nevadas, heladas, ya no nos nieva.
Ya los inviernos son calientitos”.
Le consulto a Nancy que si no teme vivir en esta inmensidad, en esta soledad, contesta que no.
“Si tú estás en la luz, la oscuridad no llega, yo por eso no tengo miedo, no, miedo a qué, si estoy en la energía de luz, en el amor”.
Nancy me conduce hasta la pieza que antes oficiaba de capilla y que ahora hace las veces de cuarto de huéspedes.
Dentro la luz de las velas descubre una tienda de campaña, trebejos, y en lo que fuera el muro del altar una pintura del paisaje de Puerto de San José que una amiga antropóloga de Nancy, pintó durante el mes que estuvo acá realizando una investigación sobre tribus de indios originarias de la zona.
Nancy me acerca unas cobijas, me pide que apague las velas y desaparece como un fantasma detrás de la puerta.
Mientras trato de conciliar el sueño recuerdo lo que me dijo Nancy sobre esta ermita que en un tiempo estuvo dedicada al Santísimo Sacramento.
“Con lo que he ido viviendo y vibrando, dije ‘no necesitamos capilla, es todo un santuario el universo’, y ya ves no lo hemos cuidado.
Por eso estoy diciéndole a la humanidad, ‘volvamos al amor y al respeto de la vida’.
Ya ahorita con la gente que viene vamos a orar afuera, no necesitamos construcción de pared, cuidemos esta belleza de planeta”.
***Despierto con el canto de los gallos de Nancy apenas clarea el día.
Entrada la mañana me veo otra vez recorriendo la bodega, el gallinero, el chiquero de la yegua, el corral de las chivas, con Nancy y su séquito de perros.
El paisaje de la sierra, alfombrada de pinos, es simplemente de postal.
Hoy, Nancy me ha traído a lugares del Puerto de San José que antes no me había mostrado: La cueva, una suerte de socavón, donde tuvo un criadero de marranos, el estanque, el altar de su Guadalupana a la sombra de un cedro que da mucha sombra, sus sembradíos de alfalfa que ella misma siembra, el invernadero donde ahora cultiva sus propios vegetales, cilantro, zanahoria, perejil, rabanito, lechuga; el panteón donde yacen enterrados los cuerpos de los animales que la han acompañado en todo este tiempo: sus perros, una yegua, un hueso de su burro Boby.
Mi despedida de Nancy es en la cocina, sorbiendo café orgánico, endulzado con piloncillo y galletas.
A mi regreso rumbo a la civilización con Cristino a bordo de la Willys, repaso en mi memoria lo que me dijo Nancy sobre la existencia de extraterrestres que pasan en sus naves espaciales por encima del cerro, de seres cósmicos, de las 21 dimensiones de luz, de galaxias, de duendes y hadas que ella asegura ver, del tercer ojo, del rostro de los cuatro elementos, el hermano hielo y el abuelo fuego, de su creencia en la reencarnación, de la vida no pública de Jesús con los esenios, aprendiendo sobre esoterismo y metafísica, y de que hace mucho que ella no entra en una iglesia porque no ocupa de misas ni confesiones.
“Nos fomentaron un Dios ritualista, equivocado, por eso el mundo está en un desequilibrio total.
Toda esa tradición religiosa fue un bastón para mí, para llegar hasta acá.
Respeto al que esté en esa creencia, se respeta eh, porque es un camino que lleva cada quien.
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Ahorita yo doy el mensaje de amor.
Ya aquí a mí se me ha abierto la mente.
Ya llegué a la luz.
“Venimos aquí a experimentar para evolucionar y si no evolucionamos regresamos a la tierra a aprender en otro cuerpo.
He visto naves espaciales, he visto animales que están en otra dimensión, como el unicornio, yo no sabía del unicornio y un día en la milpa lo vi.
También me tocó ver un cebú, como el de las películas de Walt Disney.
Ya luego me cuentan las niñas del pueblo, ‘la gente dice que usted está loca”.
Recuerdo que le pregunté si alguna vez había probado el peyote, contestó que una sola vez, cuando al desierto de Real de Catorce vino el actor, y ahora productor y director español, Pedro Alonso, para rodar “En la Nave del Encanto, un documental sobre chamanismo en el que ella tuvo una participación.
“Yo al probarlo, ya cuando nos íbamos a subir a la camioneta, dijeron ‘mira el sol’, volteo y estaba danza y danza el sol, muévese y muévese con los colores violeta y azul de los maestros cósmicos.
Ya estando en la fogata, que estábamos calentándonos, les digo, ‘vengan a ver el rostro del abuelo fuego’.
Ya de ahí nos pusimos a danzar, a tocar la guitarra, los que participaban con el tambor danza y danza.
Después que regresé de la ceremonia, que fue divina hasta el amanecer, llego a la casa, mira, una sensibilidad con las plantas, abrazaba los árboles, lloraba con ellos, les digo ‘ay, están bien lindos, gracias por la sombra, son mis hermanos, toda la creación’.
Me hice más sensible con el hikuri”.
Yo nomás me quedé pensando.
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