Como la vida misma Excelsior

¡Entre fresas, fifís y sibaritas!No se puede ser más fresa.
La colonia Polanco, afortunadamente, casi no se asemeja al resto de la Ciudad de México ni en el número de asaltos ni en el de muertos.
Entre la fruta cara y bien escogida de doña Chona en el puesto mayor del tianguis de Urbina, en la esquina del parque Lincoln, lichis, rambutanes, frutas de la pasión, mangos de manila, cerezas e higos, lo más, de lo mejor; hasta la pléyade de boutiques que terminan en Louis Vuitton al fondo de la avenida Masaryk; Polanquito se separa de los otros barrios por muchos factores.
Primero, porque aquí no hay nacos, y no sólo porque nadie se siente naco en nuestro país, aunque todos tengamos un compadre, un amigo o un pariente que, ése sí es medio “naquito”, estos aquí ni siquiera se sienten a gusto cuando se atreven a venir.
Polanco se niega a ser como el resto, no le gusta parecerse, en serio, no es una casualidad, es una decisión.
Esta zona es distinta, hasta por su extraño racismo poco disimulado e incluso por su especial y característica forma de clasismo.
Caminar por Campos Elíseos bordeando el Bosque de Chapultepec, con el metro cuadrado habitacional pegadito a los 20 mil dólares, la coloca en términos económicos muy cerquita de los precios de Manhattan en Nueva York o Salamanca en Madrid.
Y esa opulencia convive sin despeinarse ni bajarse de los Prada o de los Balenciaga, con los vendedores de mazapanes o los floristas de cada esquina.
Ya pasando la calle Molière hacia el Periférico se amontona la comunidad judía, entre rabinos y ortodoxos, por cierto, un montón de ellos argentinos que, parece que los trajeron a todos juntos en un chárter desde alguna sinagoga de Buenos Aires o de Rosario.
Niñas de ojito azul con sus pelucas y sus faldas hasta el suelo y los muchachos con caireles y kipá, se tropiezan sin bronca con algún “nativitas” despistado al que se le perdió el barrio y vino a darse un taco de ojo con las modelitos y actricitas croatas, brasileiras, ucranianas y venezolanas de la escuela de actuación de Horacio.
 Ya los guaruras no están bien vistos.
Resulta vulgar andar custodiado.
Hoy, el que trae escolta aquí se ve más como narco que como rico de bien; la tranquilidad y la paz la garantizan tres o cuatro tipos de policía, la militarizada, el cuerpo de atención a turistas, que visten de beige y azul cielo y se ven de poca madre, con unas escuadras enormes, y la policía municipal como la de toda la ciudad, y luego, un paquetito de personajes raros que apenas pasan desapercibidos y son, según dicen, gente del Mosad, que los ponen los paisas israelíes para sentirse tranquilos.
No sé si es verdad, pero me encantaría que lo fuera.
La oferta gastronómica es sin par, desde la cochinita pibil del Turix, imperdible, hasta siete u ocho opciones de cocina japonesa de altísimo nivel, tres o cuatro españoles, entre ellos Ekilore, de la mano casi santa de Pablo San Román, una delicia muy elevada de cocina vasca.
La Casa Portuguesa, con el mejor bacalao de la ciudad y un caldo de piedra que cura todos los males en las mañanas con despertares movidos.
Dos o tres griegos brutales, entre ellos el Karpos o el Mythos.
De cocina italiana hay también muchas opciones de gran calidad, a mí me gusta el D’amico, pero hay otros de igual manera muy buenos.
Polanquito es como una isla en medio del desmadre de la CDMX.
A mí, que me gustan mis paseos largos con mis perros, no encontraría en toda la capital otro espacio como éste, bonito y especialmente seguro, incluso para este loco que, a veces, decide dar su caminata a las tres o cuatro de la mañana.
Hoy en México, en todo el país, se vive con mucho miedo.
Aquí no suele pasar nada, y ésa es la cualidad más grande de mi colonia.
  Es domingo de Pascua, si están en México, como yo, es buen día para darse una vuelta, comer rico y disfrutar de Polanquito, por aquí nos vemos.
Feliz domingo.
 Columnista: Miguel DováImágen Portada: Imágen Principal: Send to NewsML Feed: 0