Olga Sánchez Cordero o la dignidad de no ser protagónica Excelsior

  Por Juan de Dios Gonzáles Ibarra En la columna de un periódico del que no quiero acordarme, y de un periodista de quien menos lo deseo, apareció un artículo señalando que Olga Sánchez Cordero debe dejar su cargo.
Bueno, es una opinión como cualquier otra en un país democrático en donde, por primera vez en muchos años, la prensa no recibe dinero del gobierno y los periodistas, como se comprenderá, están muy enojados.
Con la misma libertad de aquel escrito de infausta memoria, expresaré mi criterio de quien fue mi compañera en la Facultad de Derecho de la UNAM a partir del año 1967.
Su entonces novio, Eduardo García Villegas, también estudiaba en el mismo grado y los dos estuvieron entre los mejores promedios de nuestra generación.
Por cierto, había tres bellísimas compañeras, entre las cuales estaba Olga, a las cuales los compañeros llamábamos las tres gracias: una de ellas era la hija del entonces ministro de la Suprema Corte de Justicia, Salvador Mondragón Guerra, y la restante era también hija de un alto funcionario de ese sexenio.
Olga siempre fue una compañera sencilla, brillante y muy campechana: nunca, a pesar de que su padre era el reconocido profesor y notario Jorge Sánchez Cordero, mostró hacia sus compañeros alguna actitud soberbia, por el contrario, íbamos a comer, platicar o estudiar en el mejor y más discreto de los ambientes universitarios.
En el año de 1968, la represión de ese genocida que fue el presidente Gustavo Díaz Ordaz nos unió y, para siempre, cambió nuestras vidas y criterios.
Tomamos conciencia de la realidad, que era muy diferente a la que aparecía en los libros de teoría jurídica, y descubrimos que la represión criminal del gobierno en la Plaza de las Tres Culturas y la ocupación de nuestra querida Ciudad Universitaria, con la oposición del dignísimo rector Javier Barros Sierra, era la cruda y verdadera realidad: la desaparición, tortura y encarcelamiento de varios compañeros y líderes nos lastimó.
En todo momento, Olga y Eduardo fueron participantes consecuentes y solidarios con sus amigos opositores a Díaz Ordaz.
Después, al obtener nuestros grados, cada quien tomó su rumbo.
Olga y Eduardo se casaron, fueron a estudiar a Inglaterra para ampliar sus conocimientos y nuestra amistad continuó a su regreso.
Con el paso de los años, nuestro mutuo conocimiento se hizo más profundo, afectuoso y, así, el tiempo y su trabajo trajeron a Olga grandes satisfacciones.
Ella sería la primera notaria en la historia de la Ciudad de México, luego magistrada del Tribunal de Justicia del Distrito Federal, ministra de la Suprema Corte de Justicia de la Nación de 1995 a 2015, diputada constituyente en 2016 de la Ciudad de México y la primera secretaria de Gobernación en la historia de nuestro país, en 2018, con el gobierno de Andrés Manuel López Obrador.
Ahora bien, como partidaria de Morena, ella siempre se ha mostrado tal como ha sido: sencilla, eficaz, comprometida y, sobre todo, de una lealtad a toda prueba.
En su diccionario no existe la palabra traición: a lo largo de su vida, que ya llega a los 73 años, jamás ha cometido una bajeza de ése, ni de ningún tipo, ni con sus amigos ni con quienes han sido sus superiores.
Después de décadas de servilismo, corrupción, robo, saqueo y engaño desde el cuarto poder hacia el pueblo de México, desde Zedillo, Fox, Calderón hasta Peña Nieto, hoy aquellos que se acostumbraron a expresarse a través de sus periódicos y columnas como si fueran dueños de la verdad absoluta, siguen viviendo como si la Cuarta Transformación no se hubiera producido.
Para ellos, tal parece que treinta millones de votos a favor de AMLO y el hartazgo ciudadano por las mentiras de los periodistas, no tuvieran la fuerza y el valor para cambiar a México.
Por fortuna, la tercera Revolución de la Información cambió absolutamente todo y ahora, desde las redes sociales, desde aquel espacio virtual, cada uno de nosotros puede expresar su propia verdad.
Hoy, aquellos santones del llamado cuarto poder no son más que resentidos, sin auditorio y sin poder.
Por su parte, nuestra compañera Olga Sánchez Cordero sigue con la misma personalidad y coherencia, sin ansias de protagonismo y sin arrogancia, tal cual la conocimos en 1967.
Lo que sí ha cambiado, hay que aceptarlo, es el estilo de gobernar de AMLO, a quien después de robarle la presidencia en dos ocasiones previas, hoy le habla directamente al pueblo por las mañanas, sin necesidad de pagar medios masivos de comunicación; hoy el Presidente siempre coloca al pueblo por encima de él, le habla como él, vive como él, viaja como él, piensa como él y, finalmente, es querido por él.
Aquellos que esperan la ostentación de una Olga protagónica, vanidosa, superficial, oportunista, soberbia, que busca los reflectores, los micrófonos y las fotos, nunca, pero nunca la encontrarán porque, simplemente, no existe ni existirá por el principio de congruencia que ella siempre ha mantenido: “genio y figura, hasta la sepultura”.
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