Israel en la encrucijada Excelsior

Nunca antes se habían registrado en Israel protestas sociales tan intensas y recurrentes.
A la fecha, van casi siete meses de manifestaciones multitudinarias cada sábado en la noche a lo largo y ancho del país, a las que se han sumado otras jornadas más denominadas “días de disrupción” –la última el martes pasado– cuando la consigna fue detener el curso normal de la vida de la nación, mediante paros masivos de actividades y bloqueos, por ejemplo, del Aeropuerto Internacional Ben Gurión.
Los cientos de miles de ciudadanos que han estado dispuestos a ese activismo, entre los que se cuentan reservistas del ejército que amagan con no presentarse a sus entrenamientos y misiones, parten de la convicción de que su democracia está en grave riesgo y que una dictadura está llamando a la puerta para adueñarse de los destinos del país.
Y es que el lunes, el gobierno pasó en primera lectura un segmento de su proyecto de reforma judicial con el propósito de arrebatarle a la Suprema Corte parte de sus facultades de contención de posibles abusos del Legislativo.
Para nadie es un secreto, ya que la ambición del actual gobierno encabezado por Benjamin Netanyahu –el más ultranacionalista, conservador y religioso que jamás haya gobernado al país– es debilitar a tal grado las facultades de la Suprema Corte de Justicia, que el Poder Legislativo –en este caso fundido con el Ejecutivo– podría aprobar lo que le venga en gana, sin interferencia alguna del Poder Judicial.
Como en Hungría o Turquía, que habiendo transitado por un proceso similar, son ahora democracias iliberales con autócratas a la cabeza.
La coalición gobernante, ávida de conseguir esa tajada tan enorme de poder, no ha ocultado sus intenciones de armar la citada reforma judicial con objeto de tener las manos libres para garantizarle a la población ultraortodoxa enormes prebendas económicas, una exención total a sus jóvenes de cumplir con el servicio militar –por ley obligatorio para todos– y mayores poderes al establishment rabínico dominante para ejercer más influencia en la vida social, educativa y cultural del país.
Simultáneamente, pretende hacer uso de todo el aparato estatal para expandir los asentamientos judíos en Cisjordania, mostrando abiertamente sus ambiciones anexionistas y su rechazo a una solución negociada con los palestinos a fin de establecer un Estado para ellos, fórmula que durante décadas presuntamente estaba a la espera de condiciones favorables para concretarse.
La presencia en el gabinete de Netanyahu de figuras como Itamar Ben Gvir y Bezalel Smotrich –ambos considerados desde siempre como extremistas mesiánicos e incitadores del odio racial– dejó bien claro que el primer ministro, acusado de varios delitos y con un proceso judicial en curso, estuvo dispuesto a asociarse con tales personajes, impresentables por muchos motivos, con tal de completar su coalición y poder seguir así con las riendas del país en las manos.
Las convulsiones que aquejan a Israel han estado acompañadas de un alza notable en la violencia entre israelíes y palestinos.
Los atentados terroristas de palestinos contra judíos, y las represalias sangrientas y vandálicas de colonos judíos atacando aldeas palestinas, se han multiplicado como hace mucho no se veía.
Incluso, el ejército israelí lanzó un operativo contra la ciudad y el campo de refugiados de Jenin que duró 44 horas, con objeto de destruir infraestructura terrorista.
Las tensiones también han arreciado en el ámbito interno en la medida en que el gobierno ha empezado a ser menos tolerante con los bloqueos realizados por los manifestantes contra la reforma judicial.
Al ser Ben Gvir el ministro de Seguridad Interior a cargo de las fuerzas policiacas, ha ordenado mano dura contra ellos, lo que ha derivado en algunas hospitalizaciones por golpes y por lesiones provocadas por cañones de agua usados para dispersar a la gente.
 Por otra parte, la reforma judicial impulsada por Netanyahu y su coalición ha sido mal recibida por la administración estadunidense.
En declaraciones recientes, el presidente Biden expresó que el extremismo de varios de los ministros de Israel y las políticas que están implementando, no coinciden con los valores democráticos que han compartido EU e Israel por mucho tiempo.
Por tanto, se ha negado a invitar a Netanyahu a Washington –en otros tiempos el premier israelí era visitante asiduo–, mientras que el periodista Thomas Friedman reveló en un artículo publicado en The New York Times esta semana, que Biden estaría reconsiderando seriamente su relación con Netanyahu.
La especulación es que, aun cuando la alianza que une a los dos países sigue sólida y vigente, Biden podría romper con la incondicionalidad con que EU apoya a Israel en resoluciones y votaciones en el seno de foros internacionales.
Israel vive así hoy una de sus peores crisis internas, con complicaciones graves que trascienden más allá de sus fronteras.
 Columnista: Esther ShabotImágen Portada: Imágen Principal: Send to NewsML Feed: 0