Rosario de indolencias Excelsior

Por Ana Lucía Medina y Gabriel España*En 1932, los campesinos abandonaban sus tierras agrícolas para buscar algo que comer.
Algunos caminaban durante días sin tener suerte.
Ya cuando finalmente arribaban a Kiev, encontraban una ciudad desolada y desesperada, con multitudes de personas muriendo en las calles por inanición y enfermedad.
El gobierno soviético había impuesto restricciones draconianas en la distribución de alimentos.
De acuerdo con Anne Applebaum, autora del libro Hambruna roja: “A pesar de la escasez, el gobierno exigía no sólo cereales, sino todos los alimentos disponibles.
En el punto álgido de la crisis, equipos organizados de policías y activistas locales del partido, motivados por el hambre, el miedo y una década de propaganda de odio, ingresaron a las casas de los campesinos y se llevaron todo lo comestible: papas, remolachas, calabazas, frijoles, guisantes y animales de granja.
Al mismo tiempo, se trazó un cordón alrededor de la república de Ucrania para evitar fugas.
El resultado fue una catástrofe: al menos 5 millones de personas perecieron de hambre en toda la Unión Soviética”.
La indolencia y la irresponsabilidad en las políticas públicas tienen graves consecuencias que se traducen, lamentablemente, en la muerte masiva de personas.
Cuando los líderes y políticos no toman medidas adecuadas y oportunas para abordar los problemas económicos o de salud cotidianos, la situación suele empeorar hasta convertirse en auténticas tragedias humanitarias.
Si de entrada hay mala conducción, eventualmente devienen en situaciones de emergencia que, por esa falta de responsabilidad inicial, acaban agravando aún más la crisis.
En 2021, una línea del Metro de la Ciudad de México,- que se construyó apresuradamente, y que había sido señalada por especialistas como una probable fuente de desgracia, acabó derrumbándose y provocando la muerte de decenas de personas, dejando un vacío doloroso en miles de familias.
Eso sin contar la diaria penuria de millones de usuarios que se suben al transporte sabiendo que su vida depende de “un perno”.
Por alguna razón, este gobierno se dio a la tarea de desmantelar todo lo referente a medicamentos.
Desde el día uno, la Cofepris detuvo líneas de producción.
Al poco tiempo la escasez se hizo presente.
Los primeros en resentir la tragedia fueron los niños con cáncer.
A esta insensata medida le siguió la desaparición del Seguro Popular.
¿Por qué? Pues según dicen que “ni era seguro ni era popular” y santo remedio.
A otra cosa.
Así, mientras se entorpecían los servicios de salud, llegó la pandemia a agravarlo todo.
Entre estampitas y otros absurdos de política pública, como aquello de que no estaba científicamente comprobado que un cubrebocas sirviera para ralentizar los contagios, la muerte acabó tocando a cientos de miles de hogares.
México fue uno de los países con mayores decesos.
En términos económicos, las decisiones son igualmente irresponsables.
La cancelación del aeropuerto por puros motivos autocráticos es el ejemplo perfecto de esos grandes líderes capaces de tomar decisiones totalmente insensatas que además acaban teniendo un altísimo costo para la población.
Más allá del enorme boquete económico por la sola destrucción, la incertidumbre que generó tuvo el efecto de frenar la creación de nuevos empleos.
Con el arribo del nearshoring, México tenía todo instalado para estar creciendo cual nuevo tigre asiático.
El desaliento a la inversión privada, no sólo ha tenido como consecuencia un paupérrimo crecimiento, sino que además la pobreza, que se redujo en otros países, aquí aumentó.
De la tragedia de los migrantes calcinados a la escasez de gasolina que derivó en la tragedia de Tlahuelilpan, del pleito por la energía al pleito por el maíz transgénico en el marco del T-MEC, de la eliminación de comedores comunitarios a la desaparición de guarderías para madres que trabajan, la constante es la indolencia.
Y como lo demuestran la hambruna en Ucrania y otros tantos ejemplos de la historia del siglo XX, esa banalidad y falta de ética se van extendiendo rápidamente hasta terminar en graves tragedias humanas.
Funcionarios de menor rango van adoptando actitudes de apatía y desinterés cuando no de una auténtica crueldad.
La normalización de la opresión se extiende por falta de empatía y nulo pensamiento crítico.
Si tomamos conciencia del rumbo que llevamos, si combatimos nuestra propia apatía y conformismo, podremos reencontrarnos, hombro con hombro, en la construcción de una sociedad identificada por sus valores y normas.
Detrás de este rosario de indolencias se encuentra una demanda urgente de empatía y prosperidad.
La responsabilidad de entendernos depende de la ciudadanía, de toda la ciudadanía.
                *Cofundadores de UNID@S y @SocCivilMx Columnista: Columnista Invitado NacionalImágen Portada: Imágen Principal: Send to NewsML Feed: 0