Hace medio siglo: aquel día que concursé con Chabelo... ¡y perdí! Excelsior

Pedro Díaz G.
Han pasado tantos años que algunos detalles han desaparecido de la memoria, pero otros, los que le dan sentido a esta remembranza, permanecen intactos.
No en vano me han acompañado ya varias décadas, para reaparecer, ahora, cada vez que el nombre de Chabelo, el amigo de todos los niños, se posiciona como trending tópic en redes sociales; o en el pasado, en cada camino que fuimos tomando quienes en aquella ocasión vivimos la aventura de asistir a "En Familia con Chabelo".
Remontémonos a 1973.
Teníamos entonces 12 años.
 No vivíamos lejos de Televicentro, pero realmente a mí nunca me había llamado la atención, ni siquiera pensé en algún momento, asistir al foro a un programa en vivo.
Pero allá íbamos un grupo de seis o siete amigos, todos niños, junto con mi hermano Darío, tres años menor que yo, así que debía rondar los 9.
Qué seguridad aquella para trasladarse un grupo de pequeños de una zona a otra de la ciudad sin pensar sino en la diversión que nos esperaba.
En ese equipo entonces indisoluble —la amistad era una cotidianidad tan natural—, alguien se enteró de que para ingresar aquel domingo al programa, había una condición: llevar tu yoyo, ah, porque sobra decir que habían pasado ya las temporadas de trompo, canicas, balero, tacón, rayuela… y gozábamos como enanos la de yoyo.
El Güero, Raúl Suárez, se ganó entonces en uno de los concursos afuera del Woolworth de Coahuila e insurgentes, en la Roma, su ruda bicicleta Chóper azul.
Fue nuestro campeón al haber vencido a todos sus contrincantes con 107 “vueltas y vueltas”.
 Te puede interesar: ¿Sabías que Chabelo tiene dos récords Guinness? No puedo asegurar que iba el Güero con nosotros ese día a Chabelo, a bordo del Roma Mérida que por 30 centavos cruzaba desde la Escandón hasta el centro de la Ciudad.
Nos subimos en la Condesa y bajamos en Río de la Loza.
De quienes no tengo duda absoluta son de Juan Carlos Martínez Esquer, Ramón, su hermano, y Héctor Zertuche García, uno de los primeros amigos que tuve, quizás a los 7 años, a quien, perdón por la indiscreción, le apodábamos 'La Dona'.
Yo por supuesto, era 'El Negro', cuando aquello significaba solo ser uno más en el grupo donde no faltaban ni 'el Gordo' ni 'el Chaparro'.
Ya estamos aquí.
El acceso al foro no es el principal de Televicentro; es por la puerta de atrás, nada de oropel, una simple puerta mitad lámina, la de abajo, y mitad malla, la parte superior, por lo que desde ahí puedes atisbar a lo lejos lo que sucede dentro en el transcurso del programa.
Lo que se llama tras bambalinas visto desde la calle.
Después de formarnos por no muchos minutos, la fila para el ingreso comienza a avanzar.
Somos casi los últimos, y entonces nos damos cuenta de algo importantísimo.
Cuando eres niño a finales de los 60’s y principios de los 70, la palabra mercadotecnia no aparece en tu diccionario hasta que, para entrar a Chabelo, tienes que traer obligatoriamente tu yoyo ¡Duncan!Dios mío, el que uso yo es Yomi.
Pero mi hermano menor trae su Duncan, así que, sin más miramientos que el de haber llegado primero a este mundo, se lo exijo y no lo dejan entrar.
Se queda unas seis horas afuera, oteando desde la reja de Río de la Loza, a la espera de que en algún momento salgamos de esa enorme galera que sólo refleja oscuridad.
 Dice Chabelo en esta nota: 'A los memes los tomo como un homenaje', confesó Chabelo Lo mal que me vi aquel día, claro que me ha perseguido por siempre.
No me lo perdono pero tampoco me lo reprocho.
Es la ley natural llevada al extremo.
El pez grande se come al chico, versión fraternalmente gráfica.
Dentro, nos reciben los colaboradores de Chabelo.
Debe faltar una hora para que el programa inicie en vivo.
Formados, todos los espectadores seguimos una linea y antes de ascender los escalones que nos llevarán a las butacas, se nos entrega un pequeño cartón con un número escrito con crayola.
Seis por seis centímetros.
Por ser los últimos, nos toca la parte más alta del foro, y cuando voy subiendo los últimos escalones, ya había escuchado que por los altavoces decían el número de “los amiguitos que nos van a acompañar a concursar”.
Y entonces, sucede…“¡238!” —escucho en las bocinas.
—Es el mío, pienso.
¡Yo tengo el 238!La vuelta en ‘u’ es inmediata.
Ya me veo corriendo a grandes saltos los escalones hacia abajo.
Soy un niño y el concurso de Chabelo me está llamando.
No-lo-pue-do-cre-er.
  Los nervios se apoderan de mi en un instante.
Al llegar al foro me recibe una edecán de cabello lacio negro y bello rostro.
Inolvidable rostro de cabello negro.
Volveré a verla, asombrado, meses después, cuando aparezca en las páginas de sociales como El Rostro del Año, es Verónica Castro.
Ella me recibe y, junto con el resto de los agraciados competidores, nos alhoja en un área del estudio.
Ya no soy parte de los espectadores, sino del espectáculo mismo.
Veo a Chabelo, enorme, imponente.
Ídolo.
Wey, es Chabelo y estoy frente a él.
Pierdo contacto con todos mis amigos, pero hay una ventaja: desde donde estamos, si miro a la parte de atrás, alcanzo a ver desde dentro esa puerta que da a Río de la Loza y observo que mi hermano de 9 años, sigue ahí.
Me reconforto.
Avanzan de a poco los segmentos del programa.
Los anuncios comerciales, la voz en off.
Las edecanes acomedidas.
Y las risas y el buen humor de un anfitrión que sabe ganarse al público.
A pesar de que su personalidad fuese otra como Xavier López, siendo Chabelo es tu cuate entrañable.
Como los que me ven desde arriba, sentados, disfrutando el espectáculo.
 EL MOMENTO DECISIVO.
COMPETIR Frase escuchada en el camino.
Tanto nadar, para no alcanzar la orilla.
Eso me pasa, quizás.
Pero de esto se trata la vida, de ganar y perder.
El concurso al que soy convocado es patrocinado por Editorial Novaro y consiste en que, detrás de un tablero en el que por el frente hay 16 portadas de los diferentes cuentos que distribuye, cada portada puede, o no tener nada, o tener las sílabas del premio.
Mi rival es una niña quizás de mi edad pero físicamente más alta y robusta que yo, lo que me intimida; pero sobre todo, tiene mejor tino.
Yo escojo Fantomas, Archie, y alguna más, pero el caso es que en cada una de mis elecciones, al voltear la revista y buscar la sílaba no aparece sino un espacio en blanco, yo con los reflectores a toda luz y las cámaras tomando mis gestos.
La niña comienza a formar, poco a poco, las tres sílabas.
No le puedo arrebatar ninguna.
Estufa.
No me mata de amor el premio, pero es El Premio.
Y no me lo llevo, Chabelo me dice, ni modo mi cuate (quizás mi cuate prietito), pero hoy no diste al clavo en ninguna.
Vuelve mi sonrisa cuando Chabelo me indica que, como consolación, me daría para que me lleve a casa, un radio de transistores de AM, y mi bota de dulces Tutsi Pop.
* * *Se apagan los reflectores.
Toda la tensión vuelve a la calma.
Los amigos, junto con mi hermano, devoramos los Tutsi Pop y la bota llega vacía a casa.
No podemos creerlo ni Héctor Zertuche, ni Juan Carlos y Ramón Martínez Esquer (los norteños), ni mi hermano que nunca mostró ni disgusto ni rencor, ni yo, que regreso en el Roma Mérida a la colonia Condesa, obnubilado por haber vivido una aventura que no se me olvidará jamás.
Salí en la tele.
 En casa, mi madre coloca esa radio en el altar de la cocina, junto al niño Dios, no si antes protegerla con una envoltura de plástico.
Junto, ese pedazo de cartón escrito con crayola con el número 238.
No olvido que dijeron mis padres, comprarían un cachito de la lotería con esa terminación.
Es noche.
Me siento tan orgulloso de haber llevado algo a casa…Duermo, y sueño con todos los detalles; los almaceno.
 * * * Hablemos de los personajes aquí expuestos.
Y de clases sociales.
Nací en la colonia Condesa, en un edificio de 21 departamentos, del que mis padres eran los conserjes.
La vida, no obstante, evitó que de pequeño conociera las palabras discriminación o segregación, porque nunca las sufrí, así que el grupo de amigos éramos —y lo seguimos siendo, algunos vía grupo de WhatsApp— sólo unos jóvenes ávidos de aventuras, y de venerar el término amistad a toda prueba, que las tuvimos muchas.
Pruebas y aventuras.
Chabelo.
Se volvió trending topic, legendario, inmortal, como dicen.
Cada domingo su nombre despunta.
Lo vi en unas cuatro ocasiones en mi vida.
Nada que ver con el Chabelo de aquella mañana de domingo, cuando yo tenía 12 años.
Todas esas veces se me apareció --o yo a él-- en la Panadería La Espiga, en Baja California e Insurgentes, y en domingo por la noche.
Llegaba, imponente como siempre, a bordo de su motocicleta Harley Davidson.
  Sorprende a millennials la voz de Chabelo e impacta Internet Darío.
Mi hermano.
Tuvo la fortuna de estudiar la secundaria becado, gracias a mamá, en el Instituto Luis Vives.
Conoció ahí a los hermanos Taibo y a la entrañable familia que son.
Compañero de clases de Saúl Hernández.
En aquellos días Darío partió a Estados Unidos, de donde no volvería más, a estudiar prepa y su carrera de Administración de empresas.
Se casó, tiene dos hijos.
Saúl conformaría Las insólitas imágenes de Aurora y el devenir posterior… Mi hermano poco se acuerda de esta anécdota con Chabelo (y qué bueno).
Verónica Castro.
Comenzó de edecán regalando sonrisas y buen trato, pasó a ser el rostro más bello de México y luego la gran actriz, cantante, conductora y personalidad que hoy es.
Tuvo un hijo con Manuel Valdés, el loco de la televisión mexicana y el nombre de Cristian Castro es trending un día sí y al otro también.
Verónica se ganó el respeto y el reconocimiento general.
Héctor Zertuche, La Dona.
Esta es la parte que más me gusta recordar.
Cuando teníamos 12 años una vez él y yo cruzamos a toda velocidad Río Mixcoac, a la altura del Cine Manacar.
Seis carriles.
Ya se había puesto el siga, es decir, la luz verde.
Al llegar a la otra acera, me preguntó: ¿Sabes lo que acabo de hacer? Y ante mis ojos azorados: “Acabo de poner en peligro mi destino.
Porque yo —expresó e hizo una larga pausa ahí, en el camellón de Río Mixcoac— quiero llegar a ser gobernador de mi estado, y si aquí me hubiese tropezado, un auto pudo haber acabado con mis sueños”.
Era neoleonés.
¿Neta? Teníamos 12 años y yo un futuro híper incierto.
 Héctor Zertuche no lo logró.
Quedó cerca de su anhelo.
A los 16 ingresó a Juventudes Populares del PRI, donde conoció a otro quien fuese amigo de los culiacanos, Ernesto Gándara.
Tomaron camino en las leyes y la política, a Héctor lo vi la última vez hace 30 años en su despacho de Insurgentes y Viaducto.
Y sólo seguí de lejos su trayectoria.
Volvióse jurisprudente de los afamados.
Con el gobernador Rodrigo Medina, en Nuevo Léón, fue subprocurador jurídico de Gobierno; murió en septiembre de 2021, a los 59 años.
Ataque cardiaco.
Homenajeó el ministro Arturo Zaldívar, presidente de la Corte:“Con tristeza me entero del fallecimiento del destacado abogado Héctor Zertuche.
Compañero en el doctorado, hombre inteligente y estudioso, con quien compartí, junto con mis colegas Norma Piña y Alberto Pérez Dayán, momentos memorables en nuestra juventud.
Un abrazo a su familia”.
Con tristeza me entero del fallecimiento del destacado abogado Héctor Zertuche.
Compañero en el doctorado, hombre inteligente y estudioso, con quien compartí, junto con mis colegas Norma Piña y Alberto Pérez Dayán, momentos memorables en nuestra juventud.
Un abrazo a su familia.
— Arturo Zaldívar (@ArturoZaldivarL) September 20, 2021Ramón Martínez Esquer.
A él le encantaba el fuego, incendió todo lo incendiable.
Varias veces los bomberos llegaron al “terreno” de al lado de Culiacán 40, porque se estaba quemando.
Había sido él.
Volvió a Sonora.
Juan Carlos Martínez Esquer.
Siempre fue de los más traviesos.
En una búsqueda en Google en 2009 me enteré que tres años antes fue atrapado por el FBI por querer introducir a EU, junto con otro mexicano, dos chinos, y dos estadunidenses, contrabando de tenis falsos por 86 millones de dólares.
Lo encerraron en una prisión de San Diego.
En teoría debía salir en 2016, pero para 2012 ya lo habían atrapado en México liderando clonadores de tarjetas de crédito.
Ese día, la crónica finalizaba: "Y él, imperturbable, no mostraba gesto alguno, rodeado de policías del Centro Comercial Santa Fe.
'De peores que esta he salido', decía".
 El Güero se volvió arquitecto.
A aquella Chóper que se ganó en el concurso de yoyo, le sacó lumbre.
Como lumbre le sacamos a nuestra infancia y juventud.
Qué difícil de olvidar se volvió el día aquel en el que, desde la colonia Condesa, nos fuimos un grupo de niños, en camión, a ver a Chabelo.
Y más increíble es que Chabelo siga siendo tendencia, cada domingo.
¿Y yo?Yo solo me convertí en un cronista que escribió hasta su última gota.
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