Los placeres cotidianos Excelsior

Cine, cine y Super Bowl, y después más cine…Ayer sábado se entregaron los premios Goya a lo mejor del cine español.
Son dos los sentimientos que me embargan, el primero de legítima alegría porque lo están haciendo bien.
Entre Cinco lobitos y As bestas, se repartieron lo mejor de la noche.
Y entonces, felicitaciones y alegrías aparte, me entra en la piel la envidia de país.
¿Por qué en España hay tanto apoyo al cine? Entre el gobierno central y, particularmente, los de las autonomías, hay en la península ibérica una industria cinematográfica peleona, creciente y latente.
¿Qué pasa en México? Aquí al gran jefe le gusta el beisbol, le molesta el cine, especialmente aquellas películas que no alcanza a entender, entonces, para triunfar en el cine si eres mexicano, tienes que romper barreras y hacerlo en EU.
Del Toro, Iñárritu, Diego Calva o Diego Luna, muy poquitos más.
Aquí, simplemente no hay apoyo.
Que se jodan los fifís del cine, aunque algunos hayan votado y promovido el voto por él.
En breve vendrán los premios de la academia, los esperados y anhelados Oscar, otro despliegue de talentos en una noche de celebración norteamericana, alfombras rojas, fiestas y discursos, mientras nosotros, los mexicanos, casi nada.
Nuestras máximas aspiraciones pasan por jugar un macaneo, una especie de cascarita beisbolera con don Andrés.
Hoy toca, Super Bowl, la cosa está entre los Philadelphia Eagles, que juegan contra los Kansas City Chiefs.
A las cinco y media de la tarde medio país, y me refiero al nuestro, medio México se paraliza para ver este espectáculo.
Y, otra vez, nosotros sólo miramos.
Un anuncio de 30 segundos en el intermedio del Super Bowl ronda los siete millones de dólares netos, pero la competencia no se conforma con poder pagar el desorbitante precio del tiempo comercial, no, hay también una verdadera competencia por ver quién o, mejor dicho, cuál es la marca que produce el mejor comercial.
Cuál despierta la máxima emoción y logra ser la más recordada.
Yo, que me muevo en el mundo de la publicidad, siento en estos días y ante estas cifras también una sensación de pequeñez.
Las tarifas en nuestro país son muy altas, pero incomparablemente más humildes, parecen juguetitos de niños cuando se ponen al lado de las tarifas norteamericanas.
Yo le entiendo muy poco al Super Bowl, muy poco, cerca, cerquita de nada.
Sin embargo, nos dejamos contagiar de la euforia de este deporte, primero, porque lo disfruta la Unagi y ella, además, le entiende mucho y, segundo, porque son muchos los amigos comunes que viven esta jornada con la misma pasión que hace sesenta días vivía yo el triunfo del dios Messi en el Mundial de Qatar.
Leía hace un par de días en un diario de Arizona que la derrama económica que se queda en la ciudad es incomparable con ningún otro evento deportivo, si bien los precios de los boletos andaban en seis mil dólares y, por falta de demanda, bajaron a cuatro mil, los precios de los hoteles oscilan entre los cuatrocientos dólares, más o menos en los de tres estrellas, hasta los dos mil quinientos en los de cinco.
Y los boletos de avión, si se consigue el directo, no bajará de sesenta mil pesos.
El 85 por ciento de los asistentes son turistas, aficionados al deporte y al show, no nos olvidemos que para el medio tiempo nos tienen reservada la presentación de Rihanna.
Viva el show, en esto nuestros vecinos son únicos, nadie saca más jugo a los espectáculos que ellos.
Pues, aunque sea sin tener muy claro de qué se trata el juego, mil pesitos de la emoción se los meteré a los Eagles, y confío en divertirme mucho, quien quita, a lo mejor hasta ganar unos centavos.
Feliz domingo.
  Columnista: Miguel DováImágen Portada: Imágen Principal: Send to NewsML Feed: 0