De política y cosas más sucias Excelsior

La revolución de los de arribaEn este mes que llamamos patrio solemos entrar en infinitos debates sobre la visión que cada uno tiene de la historia de México, misma que resulta por demás interesante y compleja, máxime si partimos de que ha existido siempre una especie de narrativa oficial que no está precisamente muy apegada a los hechos.
Ésa que ha sido empleada como bálsamo y ha repercutido en crear una cara que se afana en respaldar el sentimiento de orgullo nacional.
¡Viva Hidalgo! gritamos y le otorgamos el título de Padre de la patria, aunque su participación fuera menor en la contienda y su intención ni siquiera apuntaba hacia la independencia.
En fin, no es el tema que hoy me ocupa y corro el riesgo de enzarzarme y enrollarme como persiana alrededor de Morelos, Allende o Iturbide.
Decía George Orwell que la historia la escriben los vencedores y, si bien, eso puede ser cierto, suele suceder después que la narran los perdedores, esos a quienes el tiempo suele dar la oportunidad de tomar voz en la crónica.
No conviene engañarse, que nadie piense que sus héroes son puros y buenos, esa mirada parcial y sesgada carece de toda objetividad.
La historia de los hombres parte de la condición humana y ésta es de naturaleza imperfecta.
Por más que el historiador se preocupe por resultar neutral, tendrá el toque sutil de sus propias preferencias, gustos o percepciones.
A riesgo de resultar simplista, trataré de exponerles cómo entiendo yo la historia, al menos en lo que a grandes revoluciones y cambios se refiere; pienso que en todas las épocas y en todas las sociedades ha habido siempre al menos tres niveles, los ricos, la clase media y los pobres.
Si esa es la realidad, sólo existen dos maneras de modificarla, a golpe de revolución, donde los de en medio convencen a los de abajo para que peleen contra los de arriba, y después de una guerra con su correspondiente destrucción, la mayoría de los pobres sigue siendo pobres, algunos ricos logran mantenerse y algunos de la clase de en medio se reacomodan arriba.
Las revoluciones siempre construyen sobre lo destruido previamente, siempre sobre cascajo.
La otra fórmula es la evolución de crecimiento lento, donde poco a poco, las sociedades van mejorando y se van haciendo más ricas y eso permite que los pobres sean un poco menos pobres, aun cuando los ricos sigan siendo, si cabe, hasta más ricos.
Las revoluciones surgen al grito de igualdad, obviamente la pretensión de equipararse unos con otros no se le ocurrirá nunca a los de arriba, que no tienen esa inquietud porque ellos están bien como están, son entonces los de abajo los que luchan, aunque sea dirigidos por las clases del medio, que tienen lo suficiente para financiarlos y el conocimiento de las realidades.
Si lo analizamos con detenimiento, después de cada revolución, del corte que sea, hay un fenómeno coincidente, la sacralización del movimiento, véanse los casos de Cuba, Nicaragua y tantos otros en Latinoamérica, o más atrás nuestra propia revolución, que derivó en la creación de un partido de Estado que la llevó a eternizarse como símbolo del poder.
¿Acabó con los pobres?  Claro que no, sólo los acomodó distinto.
Mi sueño de hoy es, seguramente contra natura, ya que imagino una revolución impulsada por los de arriba y los de en medio, comprendida y apoyada también por los de abajo, que todos vean en ella la oportunidad de mejorar.
Una que se fundamente en la educación y en satisfacer los derechos básicos, que huya de la violencia y que no pretenda más igualdad que la de oportunidades y la de las obligaciones de respetar la ley.
Con la capacidad de crecer cada vez más en derechos y prerrogativas, y en elevar la calidad de vida.
Sé que es mucho pedir, pero es domingo y se vale soñar.
Columnista: Miguel DováImágen Portada: Imágen Principal: Send to NewsML Feed: 0