Deterioro económico sin freno Excelsior

La crítica más dura a la gestión económica del llamado “neoliberalismo” siempre ha sido que prioriza y favorece la estabilidad macroeconómica por encima de todas las cosas.
Esto se lograba impulsando medidas para la estabilidad del tipo de cambio, de control de precios y salarios, reducción y austeridad en el gasto público, eliminación de estímulos oficiales a la educación, ciencia e investigación tecnológica, entre otras medidas para reducir el gasto público y la participación del gobierno en la economía y la sociedad.
El actual gobierno de México ha reforzado su crítica al neoliberalismo, deslindándose de esa herencia, marcando su distancia de cualquier política que pudiera definirse como “neoliberal” y buscando convertir esa crítica en el sello distintivo de su movimiento político.
Sin embargo, una cosa es la crítica ideológica-política y otra, muy distinta, es el arte de gobernar con eficacia y dando respuesta a las necesidades de los pueblos.
Y no siempre existe ese empate entre ideología y gobernanza.
México es un ejemplo destacado de la distancia que puede existir entre lo que se dice y lo que se hace.
La distancia que se produce entre las plataformas políticas de los partidos, sus promesas de campaña y las expectativas que generan y las realidades que enfrentan a la hora de gobernar al reconocer la naturaleza de la globalización y normas económicas funcionales para todos.
El gobierno ataca al neoliberalismo, pero aplica, en gran medida, sus recetas de inversión selectiva para favorecer grandes capitales públicos y deja a su suerte y abandonado al resto del país.
Desde que llegó el actual gobierno quiso dar un volantazo a la orientación económica del país.
Desalentó la inversión privada, suponiendo que, al “reactivar” Pemex iba a contar con recursos abundantes, suficientes para suplir la inversión privada.
Fue convencido de esa estrategia por ideólogos, no por economistas, de Venezuela y Argentina.
A todas luces ha fracasado la apuesta, por la época (cuando el mundo reprueba el uso de fuentes fósiles de energía) y por la realidad económica de la empresa Pemex, en bancarrota y sin perspectivas de solución a sus problemas de exploración, extracción y distribución de petrolíferos.
La apuesta sobre la ansiada “soberanía energética” de este gobierno ya fracasó.
Y profundiza su error al querer apoderarse totalmente de la generación de electricidad, que va a exigir una inversión masiva de recursos públicos que no posee.
Y para agregar un gasto gigantesco adicional a una estrategia equivocada, en pocos días se anunciará la compra en definitiva de la refinería de Deer Park, en Texas, profundizando el desbalance de las finanzas públicas.
El gobierno que pone dinero bueno al malo está llegando a su fin, con una crisis mayúscula a la vista.
La política parasitaria sobre los recursos públicos está viviendo sus últimos días.
Este desbalance en el corazón del “modelo económico alternativo” del gobierno tiene implicaciones negativas para toda la población del país.
Al haber mal invertido masivos recursos económicos públicos en proyectos sin un futuro positivo seguro, además de desalentar la inversión privada en la economía real (micro, pequeñas, medianas y grandes industrias) se creó en situación de pauperización irreversible en el corto plazo para millones de mexicanos.
La fantasía de que el Estado pueda suplir a la inversión privada como motor de la economía es producto de la suplantación de teoría económica real por consideraciones ideológicas sin fundamentos.
Pero lo trágico de estos garrafales errores en la conducción económica es que hoy la alta inflación, la falta de creación de nuevos y buenos empleos y la creciente pobreza, junto con un Estado que no invierte en salud, educación y desarrollo económico, le ofrecen al país una sola perspectiva para el futuro: deterioro económico sin freno a la vista.
Columnista: Ricardo Pascoe PierceImágen Portada: Imágen Principal: Send to NewsML Feed: 0