Chalecos pardos Excelsior

Al que le pusieron Benito por Juárez tenía sus camisas negras, simultáneamente, en Alemania, surgieron las camisas marrones.
Chávez, asumiéndose original, impuso primero unas rojas, las que finalmente cambió por unas amarillas.
En todo estado totalitario emergen comandos de alegórico disfraz, con el que ellos pretenden encubrir su oscura misión.
México no se quedó atrás, los servidores de chaleco pardo dejarán huella en este país que se resiste a dejar atrás la mezquindad política.
De haberlos desperdigado cualquier otro partido, ya se habría hecho alharaca que destacara su insostenible e irregular existencia, máxime, tratándose de un país en el que se dice se respeta la democracia y en el que se espeta —constantemente— que no se abusa de recursos públicos para promover la imagen de funcionarios y opciones políticas.
El primer engaño está en el nombre, sirven a un objetivo político y a un jefe máximo, no a la nación, ya que ella no los eligió, ni su acción electorera está regulada por ley alguna.
El INE, para variar, se tardó mucho tiempo en analizar las rápidas jugadas que desplegó el Ejecutivo federal, amparado en el voto de poco más del 20% de la población.
Para cuando aquél despertó de su acostumbrado letargo, estos personajes ya eran los tóxicos emisarios del justicialismo mexica que practica el Presidente.
Así es, la equidad en la contienda electoral es simplemente un espejismo, ya que la operación de los chalecos pardos extendió la campaña a los 365 días del año, claro, sólo en provecho de aquellos que se hicieron del poder, contando con la venia y apoyo de cuestionables grupúsculos que controlan diversas zonas del país, con quienes —los recién llegados— operaron opacos “pactos de dispensa”, mismos que, día con día, han venido quedando al descubierto, cuando vemos y corroboramos como la draconiana aplicación de la ley que se hace a los adversarios, no alcanza al crimen organizado ni a los empresarios favoritos del régimen.
La balanza se ladea todos los días desde aquel 1º de diciembre, llevando la explotación de la gestión oficial como bandera electoral al más absurdo de los extremos, lo que es comparable sólo con lo que ocurriera en tiempos del Maximato.
En qué país democrático se permite que el gobierno designe operarios dilapidadores de las arcas públicas, sin que estén puntualmente sujetos a un claro régimen de actuación fijado en ley.
Su libertino proceder es aún más grave, al haberse nominado a un bachiller como responsable de su actuación.
En dónde se encuentran las declaraciones patrimoniales y de conflicto de interés de tan difusos personajes, pero, sobre todo, dónde están las cuentas que han rendido; los acuerdos, alianzas y componendas que, con su intervención, habilitaron la derivación de cuantiosos fondos públicos, así como la detallada cuenta de gastos y emolumentos percibidos.
Por supuesto, nadie espera que se transparenten las dádivas, regalos y provechos que los chalecos pardos reciben de los operadores regionales, a cambio de trocar el curso e intensidad de recursos dirigidos a determinadas zonas del país, en ánimo de modificar el color en tales regiones, pero, por mínimo decoro, el INE debió iniciar actos de fiscalización de todos y cada uno de los parduzcos regimientos.
Ante el blandengue proceder del INE, hoy, el Ejecutivo —clamando censura— pretende ser tratado como un ciudadano y no como autoridad, cuando abusa del canal oficial.
Su actuación, incluyendo su discurso, debe constreñirse al ejercicio de la función presidencial, sin que tenga la libertad que presume tener.
Columnista: Gabriel Reyes OronaImágen Portada: Imágen Principal: Send to NewsML Feed: 0