Como la vida misma Excelsior

BITÁCORA DE UN ENCIERRO “COVIDOSO”Martes: después de comer ya lo sentí, escalo­fríos, cuerpo cortado y un dolorcillo en el pe­cho que me llevó a pensar inmediatamente en que el bicho, por fin, me había alcanzado.
En un alarde de responsabilidad inusitada, mitad miedo, mitad incertidumbre; sigilosamente salí de mi oficina y me vine a casa.
Me hice una prueba de antígenos y las dos rayitas, tan ro­sas, tan claras, aparecieron raudas a confirmar mi sospecha.
“Tienes covid-19, Miguelito”, me dije y, fue sólo decirlo cuando mi hipocondría­ca personalidad entró en escena.
El dolor en el pecho se hizo intenso, los escalofríos me tiraban el té de la taza, la nariz empezó a es­currirme y, lo peor, un dolor de cabeza me tiró en la cama.
Aún tuve arrestos para llamar a todos los que habían mantenido algún contacto conmigo desde el do­mingo.
Nadie infectado, todos bien.
Menos mal.
El miércoles temprano vinie­ron del laboratorio a hacerme una PCR.
Para medio día ya es­taba todo contrastado, la puntua­ción era una noticia no tan mala, capacidad de contagio media.
El sacrosanto doctor Jorge Sánchez Santana me recetó un antiinflamatorio, Tro­ferit y Loratadina.
Desapareció el dolor de cabeza y me entró un cansancio terco que, combatí con siestas y duchas calientes.
Mu­chas llamadas, infinidad de mensajes que uno agradece, aunque tenga que sobreponerse a la hueva de contestarlos.
El equipo de interven­ciones especiales se puso en marcha, Violeta, mi nuera, atacó con jugos antigripales; Rita, mi hija, me trajo una sopa de miso con noodles, hongos y ribeye corte fino y, desde el pasillo me dejó saludar a mis nietos, enorme vitamina para un mimoso desvalido.
La Unagi me man­dó una caja de naranjas, limones, bica dulce gallega, pescadito de san Juan, y otras vian­das reconstituyentes; mi carnalita Bea me hizo llegar una bandeja de pan de Mallorca, mole oaxaqueño, chocolate y quesillo, dotaciones que arrasan cualquier intento de dieta.
Todo bien, excepto la dificultad de concentrarme y la imposibilidad de leer o escribir sin irme a los cerros de Úbeda y perder el hilo a cada minuto.
Mike vino a saludarme y hablamos desde la puerta, le pedí a Imelda que no se me acer­cara y, de plano optó por irse a Atlacomulco a tramitar su acta de nacimiento, noble excusa para alejarse, bien por ella.
El jueves y el viernes ya se me hicieron eternos, la tele es aburrida, las horas se estiran y, al dormitar a ratos durante el día, las noches se crecen y se aparecen los fantasmas más tontos en la mente.
Bendito Rivotril.
Nada que destacar más allá de las enormes muestras de cariño que uno recibe en estos casos.
Quise ver la inauguración de Dos Bocas, pero me pudo la pena ajena.
Si alguna vez Machado se refería con tristeza a aquella España de pandereta, aquí y, salvando las distancias, considerando el esperpéntico espectáculo protagonizado por el mesías de Macuspana, a este México nuestro sólo le cabe in­terpretarlo como un país de ma­racas.
Con nuestro maraquero mayor cortando listones de un aeropuerto sin vuelos, una refi­nería que no refina y, próxima­mente, un tren sin pasajeros.
Se me agotó la tolerancia y acabé indignado.
Ayer sábado volví a salir positivo y enton­ces pensé… las penas con pan son menos, fue fácil hacer en mi cabeza el juego de palabras e imaginarme si estaríamos mejor con el PAN.
Anaya no fue, ni es mi prototipo de político, pero es imposible que lo hubiera hecho peor.
Esto que estamos viviendo pertenece a una novela surrealista digna de André Breton.
Luego me metí a la cocina, me puse con una nueva receta de mole de olla que, ocupó mis sentidos y emociones, para dejar de lado la penosa situación del país, mirar por lo mío, recuperarme y hacer votos para estar maña­na lunes saliendo negativo en la PCR y poder volver al trabajo.
Finalmente, aunque sea una postura un tanto egoísta, es la única manera que tengo de contribuir con mi bienestar, el de mi gente y el de mi país.
Columnista: Miguel DováImágen Portada: Imágen Principal: Send to NewsML Feed: 0